RELATO DE UN ENCUENTRO – Página Valdense – Edición abril 2021

Lo que unió Valdo

Después de muchas idas y vueltas, reuniones pospuestas por esto o aquello, me encuentro finalmente con Delhy en lo que, a diferencia de nuestras charlas habituales, será una conversación con hilo conductor, tema específico, punto de partida y final. Que se cumpla o no, será cuestión de nosotras.

El lugar que elegimos, y nos vino muy conveniente a las dos, -a pesar de las brevísimas interrupciones de lectoras que entraban y salían- es la Biblioteca «Bartolomé Mitre» de Colonia Belgrano, un lugar muy especial. Por mi parte, me animo a decir que esta biblioteca es mi espacio preferido en el mundo. Desde muy pequeña he recorrido sus más recónditos recovecos, mientras germinaba en mí un gran amor por los libros. Hace 20 años que Delhy trabaja como voluntaria y forma parte de la comisión de esta institución. Conoce desde dentro el mágico mundo de la bibliotecología y lo disfruta muchísimo. Describe a la biblioteca como su escape, su lugar de descanso y recreación.

A lo largo del tiempo, este sitio ha crecido a la par de nosotras y se convirtió en un testigo más de nuestros encuentros serendípicos, crucial en el crecimiento de simpatía entre Delhy y yo.
Pero no es aquí donde se inicia este vínculo; se lo debemos completito al pueblo de Belgrano y a la Iglesia Valdense.

 

Delhy: una uruguaya más belgranense que el bricelet.

Creció en Ombúes de Lavalle, en una familia valdense y desde niña su participación en la Iglesia es activa. Hizo escuela bíblica, catecismo y confirmación. Desde la adolescencia integró el grupo de intermedios/as y luego fue parte muy comprometida del grupo de jóvenes, con el que lograron concretar proyectos muy importantes, como la construcción del centro campamentil en Conchillas, una meta que se propusieron como Iglesia y resultó valiosísima para la comunidad. Delhy destaca el compromiso de la gente mayor que puso su tiempo, sus dones, su energía, su experiencia, y contagió el entusiasmo y compromiso a gente más joven, primero en hacer campamentos de trabajo para la edificación, y luego en levantar las instalaciones en esos terrenos que habían sido donados a la Iglesia.

También fue maestra de escuela bíblica, líder -papel que cumplió mayormente en los campas de Argentina- y cocinera de campamentos por excelencia; me cuenta la anécdota de la sopa EDEVILDE, nombrada así por algún acampante de aquella época en homenaje a quienes conformaron el primer equipo de cocina de los campamentos en Conchillas: Edelfrida, Vilma y Delhy.

Allá por la década del 60/70, en razón de una reunión sinodal a las que Delhy acostumbraba participar como miembro del Consistorio -por aquella época la jerarquía era distinta y las delegaciones también; ella tenía el título de secretaria-, tuvo que hospedar en su casa a un joven Delcio Constantino, que había viajado desde Colonia Belgrano y se quedó sin cama para pasar esos días. Ahí se conocieron, y se volvieron a ver después en sucesivas ocasiones, todas bajo el marco de alguna actividad eclesiástica. Uno de los tantos encuentros ocurrió cuando Delhy viajó desde Uruguay a la ciudad argentina de Gálvez en una gira que estaban realizando con el coro de la Reforma.
Cartas de por medio y mucho amor desde los dos lados del charco, a fines de diciembre de 1975 Delhy llega a Colonia Belgrano, esta vez con equipaje en mano y decidida a quedarse. Festeja su casamiento con Delcio en enero del 76 en la Iglesia Valdense del mismo pueblo, donde comienzan una feliz vida juntos.

Los primeros años de matrimonio los pasaron utilizando como vivienda la casa pastoral, que estaba desocupada porque el pastor de ese momento, Benjamín Barolín, residía en la ciudad de Gálvez.

Delhy se vino de Uruguay en la época donde allá estaban en dictadura. Conociendo únicamente a Delcio, pasó los primeros años tratando de abrirse camino en un pueblo esencialmente cerrado, intentando hacer amistades y conseguir trabajo, lo que en aquella época era muy difícil siendo mujer y extranjera.

Comenzó su círculo íntimo en la Iglesia. Fue la primera mujer en integrar el Consistorio en Colonia Belgrano; en Ombúes, si mal no recuerda, el cupo femenino alcanzaba un número de dos o tres. Nunca dejó de manifestarse resuelta y decidida en el ambiente valdense, ambiente por demás de conocido y de total confort.

Una de las cosas que Delhy extrañaba más de su antigua vida en Uruguay, además de su familia, era el coro. Así que después de no mucha cavilación, impulsada por la iniciativa de la directora de la escuela de ese entonces (1990) quien comenzó a invitar personas a las que le gustaba el canto coral, integró, junto con Delcio, la formación del coro popular de Colonia Belgrano, en el que ambos cantaron hasta hace unos años atrás.

La biblioteca, la Iglesia, el coro y andá a saber cuántas cosas más forman parte del catálogo de actividades o hobbies que hacen a Delhy sentirse muy feliz.

Me contó también que estudió mecanografía e hizo cursos contables. En Uruguay trabajaba administrando una tienda de máquinas de campo y ejercía sus habilidades de mecanógrafa en las asambleas presbiterales y sínodos. En Colonia Belgrano, después de mucha búsqueda sin resultado, la mayoría de sus trabajos se redujeron a actividades voluntarias ad honorem.

El año pasado, o seguramente el anterior, pre-pandemia, me llevó a su casa para mostrarme las reformas que estaban haciendo con Delcio. Me enseñó todas las habitaciones explicándome qué y cómo habían hecho cada cosa, con un entusiasmo digno de quien te exhibe su posesión más preciada, orgullosa por el trabajo realizado. En ese momento me sentí muy afortunada, y me pregunté cuándo o cómo fue que alcanzamos con Delhy tal nivel de amistad.

Recordando eso le pregunto ahora, ya sobre el final de la charla -y bajo la mirada de señoras esperando registrar los libros que se quieren llevar-, si se acuerda del instante de haberme conocido. Yo no tengo recuerdos muy vívidos porque era muy chica, pero quizá ella tiene un poco más de certeza. Me responde que no sabe con seguridad, quizá fue porque mi madre, abuelo y abuela siempre vivieron en Belgrano y su relación con ellos/as hizo que, por rebote, tenga noticia de mi existencia, pero también me respondió «seguramente te habré visto corriendo por ahí en algún campamento».
Como dije antes, desde siempre Delhy lideró y colaboró en la cocina de los campamentos, y yo sí que recuerdo haberla visto ahí. Lo demás es historia.

«Lo que unió valdo» me pareció el título más acertado para relatar este encuentro. Tanto por la relación que construimos Delhy y yo a lo largo de los años, como por la unión de ella con Delcio, que además de ser sumamente especial y afectuosa, se la debemos -me incluyo, pues gracias a eso conozco a Delhy- a la Iglesia Valdense y su notable y consabida virtud de enlazar almas que ¡por Dios! sería una picardía que no estén enlazadas.

Florencia Arias

 

 

 

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