Leemos en nuestra Biblia: Juan 12:20-33
Cuando estudiaba el Profesorado tuve una materia que no fue de las más agradables para mí, era la Filosofía e Historia de las Ciencias. Sin embargo, hubo un tema de esta asignatura que me atrapó: las paradojas, que son razonamientos que parecen contrarios a la lógica. Al leer una y otra vez los evangelios veo que la vida de Jesús está llena de paradojas para el razonamiento humano.
En el texto inmediato anterior al que hoy nos ocupa, Jesús entra a Jerusalén y es recibido como un rey luego de una hazaña militar, con cantos, con algarabía, con el piso alfombrado con ramas y mantos. La gran hazaña para los seguidores de Jesús había sido devolverle la vida a Lázaro después de cuatro días de haber sido sepultado.
Entre los que se acercaban a ver, a conocer a Jesús estaban unos griegos, Jesús no hace distinción entre ellos y la multitud de judíos que lo seguían y empieza a decirles de forma cada vez más clara lo que está por ocurrir. El mensaje, la enseñanza de Jesús no discrimina por origen, nacionalidad, o condición de las personas, el mensaje sigue siendo para toda la humanidad.
Y acá viene la gran paradoja: “Ha llegado la hora de que el Hijo del Hombre sea glorificado”, y enseguida empieza a dar indicios de que esa hora de gloria sería concretada por su muerte. Hay una terrible contradicción entre la gloria, humanamente hablando, y la muerte.
Para explicar esta paradoja Jesús usa algo sencillo y conocido por todos: la semilla. Para explicar su muerte Jesús usa un símbolo de vida, porque la semilla encierra en sí misma el germen de la vida.
Toda muerte es inicio de una nueva vida: la semilla al morir da origen a la planta, que crece y fructifica, es necesaria la noche para ver asomar el sol del amanecer cada mañana, el final de la escuela primaria es necesario para dar inicio a la escuela secundaria, y de ésta para la Universidad, a veces es necesario dejar un trabajo que se ama para obtener uno mejor, dejar una relación que nos agobia abre las puertas para otras que vendrán, dejamos la casa de nuestros padres para tener la propia, dejamos nuestra ciudad o nuestro país para buscar un futuro mejor, el final de la etapa laboral trae la paz de la jubilación, todas estas pequeñas muertes que se producen al final de una etapa, son inicio de una nueva vida. Como ejemplo sirva la propia muerte de Jesús, que significa vida eterna, vida plena para quienes confían (confiamos) en él.
Pero de ninguna manera el paso por la muerte es fácil, no son fáciles los cambios de vida, de estructuras, tampoco lo fue para Jesús. Sin embargo, él enfrentó esta etapa de su vida, toda su pasión y muerte con determinación y valentía. Después de esa terrible angustia vendría la alegría de la resurrección.
Pidamos a Dios la fuerza, el coraje, la determinación para enfrentar las distintas “muertes” de nuestra vida y así veremos con alegría el amanecer del nuevo día.
Nívea Classen
Comunidad San Gustavo-La Paz, Entre Ríos, Argentina.