Leemos en nuestras Biblias: Juan 13,34 (…) Así como yo los he amado, ámense también ustedes unos a otros.
En el discurso de despedida, Jesús se dirige a quienes le han seguido y confiado en él, recordándoles lo más importante que no deben olvidar de realizar, amarse mutuamente como él les ha amado.
Cuando en el Nuevo Testamento se nos habla de amor, se utiliza la palabra griega ágape, que más que un sentimiento podemos decir que es un comportamiento concreto que produce relaciones humanas justas, amistosas de respeto y servicio mutuo en una dimensión que va desde la esfera más pequeña y local hasta la global, incluyendo el cuidado y el respeto hacia toda la creación, casa o aldea común de la que somos parte.
Cuando Jesús nos recuerda que debemos amarnos cómo él nos amó, hasta la muerte de cruz, nos invita a que en todo tiempo y circunstancia tomemos iniciativas superadoras. Superadoras de cálculos temerosos y egoístas, de manipulación y utilización de las personas, que buscan – con cualquier pretexto, discurso o relato justificante – limitar e incluso impedir el bien allí donde la necesidad, la injusticia, el dolor, la violencia, la muerte o la desigualdad, menoscaban la calidad de vida de las personas.
El amor de Cristo no está encerrado en ninguna piedad ni recinto religioso, su dimensión es social, tanto en el nivel familiar, en el sentido de quienes conviven bajo un mismo techo, como en un Estado y a nivel internacional. Y en cualquiera de esos niveles se puede estar a favor y realizar, o en contra y combatir. Nunca es posible ser neutral frente al amor de Cristo porque él nunca lo fue.
Muchos hermanos y hermanas en la fe se desaniman cuando el amor de Cristo confronta sus sentimientos, opciones y estilos de vida, ideas político partidarias o ideológicas diferentes y entonces abroquelándose, buscan justificaciones culpando a las otras personas. Siendo que en realidad es a través de las otras personas que Cristo mismo nos confronta. Y el mecanismo que de muchas maneras y de diferentes formas empleamos para rechazarlo, es aquel muy antiguo de creer que ignorando o matando al mensajero, se destruye el mensaje.
Después de este discurso Cristo va a ser crucificado. El mundo y sin duda quienes le han seguido hasta allí, en un primer momento vivirán esto como un golpe y una derrota. En cambio para los propósitos de Dios va a ser glorificado, porque cumplió fielmente con sus propósitos y más aún, comenzó a preparar a quienes luego, con su resurrección y la fuerza del Espíritu Santo van a ser confirmados para dar testimonio de la verdad, la justicia y el amor de Dios que Jesús mismo encarnó.
¡No nos desanimemos! Pidamos a Dios que siga enviando personas que fielmente como aquella iglesia en formación que va surgir y se va a multiplicar en torno a Jesús crucificado y resucitado, procuran dar testimonio de su reino, aún con sus limitaciones y la oposición de quienes en su desánimo se han olvidado del amor de Cristo y lo que él nos pide: que ese mismo amor que él nos tuvo, conduzca todas nuestras relaciones y procederes.
Hugo Armand Pilón
Pastor Emérito de la Iglesia E. Valdense