NOTA PRINCIPAL - Edición octubre 2020

Leer los signos de los tiempos a la luz de la Confesión de Accra

Poder leer e interpretar los signos de los tiempos es un desafío que los cristianos recibimos de la misma Palabra de Dios.  Conocer el tiempo que vivimos es imprescindible para decidir el actuar, el testimonio y compromiso a asumir.

En nuestra memoria reciente, la Confesión de Acara es un buen ejemplo.  Allí la familia mundial reformado presbiteriana hace 16 años concluyó un trabajo de investigación y reflexión de casi 10 años, al hacerse eco del urgente llamamiento que la región del África austral, realizó en 1995.  Allí pedían la urgencia de reconocer la creciente injusticia económica mundial y la destrucción del medio ambiente.

Se pensó en una confesión, en la convicción de que lo que estaba en peligro, era la misma integridad del Evangelio, y por tanto exigía de las iglesias una decisión clara e inequívoca.  Se dice expresamente: “Creemos que la integridad de nuestra fe corre peligro si guardamos silencio o nos negamos a actuar frente al sistema actual de globalización económica neoliberal.”(16)[1]

Precisamente, el documento, que incluye un análisis de la realidad  en diálogo con el mensaje bíblico y las afirmaciones de  fe, parte de esta constatación: “Hemos escuchado que la creación sigue gimiendo, en cautiverio, esperando su liberación (Ro 8:22). El clamor de las personas que sufren y las heridas de la creación misma nos están cuestionando. Observamos una convergencia drástica entre el sufrimiento de las personas y el daño hecho al resto de la creación.”(5)

El sistema que causa tal daño y deterioro a la vida que fuera cuestionado en Acraa, sigue en plena vigencia.  Estas constataciones permiten afirmar que “esta crisis guarda relación directa con la implantación de la globalización económica neoliberal que se basa entre otros, en los siguientes principios:

  • La competencia ilimitada, el consumismo y la acumulación de riquezas y el crecimiento económico sin límite;
  • la especulación con el capital, la liberalización y la desregulación del mercado, la privatización de los servicios públicos y los recursos nacionales, el acceso sin restricciones para las inversiones e importaciones del extranjero, impuestos más bajos y el libre desplazamiento del capital;
  • Las obligaciones sociales, la protección de los pobres y los más débiles, los sindicatos y las relaciones interpersonales quedan subordinados a los procesos de crecimiento económico y acumulación de capital. (9)

Hoy podemos afirmar que este proceso está llevando a una cada vez mayor concentración del mercado global y de la riqueza.  Es fácil constatar como en cada rubro de la economía mundial, ya se cuentan con los dedos de una mano, quienes son los que ejercen un dominio monopólico.  Es fácil comprobar en nuestros países como marcas locales han ido siendo absorbidas por grandes marcas.

Según datos de la estadística de Credit Suisse, una de las más fiables, ya en 2015 el 1% de la población mundial, poseían tanto dinero líquido o invertido como el 99% restante de la población mundial. Esta enorme brecha entre privilegiados y el resto de la humanidad, lejos de achicarse, ha seguido ampliándose.  Podemos ver que la pirámide de la distribución de la riqueza se ha convertido en una auténtica torre de Babel de nuestros días.  Vivimos en un mundo controlado por un grupo muy reducido de banqueros camuflados en diversas empresas e instituciones financieras mundiales desde donde ejercen el poder incluso a buena parte de los mismos Estados. Controlan los mecanismos de creación de dinero, la energía, los alimentos, la sanidad, la educación, los medios de comunicación, el desarrollo tecnológico, la armas.

Este esquema además de las injusticias en el sistema de vida humano, está devastando los recursos naturales de forma que está poniendo en riesgo serio y a corto plazo la sustentabilidad del planeta.  En estos años, precisamente la voracidad del sistema económico financiero está deglutiéndose los recursos del planeta en pos no del bienestar de la población, sino de incrementar las ganancias.

Ante esta realidad también tiene vigencia el hecho de asumir la propia responsabilidad. La Confesión de Acraa invita a sabernos involucrados, responsables y coparticipes de la realidad, y por tanto asumir que también desde las iglesias nos sometemos al juicio de la justicia de Dios, reconociendo la complicidad de aquellos que consciente o inconscientemente se benefician del sistema económico neoliberal mundial actual; entre los que se cuentan iglesias y miembros de nuestra propia familia reformada; y  que también nos ha cautivado la cultura del consumo, la codicia competitiva y el egoísmo del actual sistema económico que, con demasiada frecuencia, ha impregnado nuestra propia espiritualidad. (34)

En este asumir la responsabilidad que nos toca es bueno recordarnos que: «Creemos en Dios, Creador y Sustentador de toda la vida, que nos llama asociados en la creación y redención del mundo. Creemos que Dios es soberano sobre toda la creación. «De Jehová es la tierra y su plenitud» (Sal 24:1).

En consecuencia, debemos interpretar el tiempo que vivimos y asumir posturas personales, comunitarias y promover o acompañar procesos sociales que estén orientados a esto que creemos.  De lo contario estaremos siendo cómplices de un modelo que pretende claramente ocupar el lugar de Dios, y que de hecho lo está haciendo. (17-19)

No podemos olvidar que Dios nos llama a establecer relaciones justas. tanto entre las personas como con toda la creación.

 

Sergio Bertinat

[1] Una actitud y proceso similar se había llevado a cabo ante las situaciones de discriminación, genocidio racial y cultural, del apartheid en Sudáfrica. Los números en paréntesis indican el párrafo de la confesión.

 

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