Tiempos de cambio

Juan el Bautista viene a recordarnos una historia en la que muchos de nosotros/as debemos involucrarnos. La voz profética de este personaje no es tanto la de los profetas que conocemos en el Antiguo Testamento, aquellos que denunciaban y estaban más involucrados en la vida política de su pueblo. La de Juan es una voz que anuncia un cambio inmediato en la vida de quienes lo están escuchando. Aquello que parecía lejano en siglos anteriores es ahora una realidad, tanto en el pasado previo a la venida de Jesús como en el presente. La diferencia radica en que antes de Cristo era todo a futuro, esperar por algo que esta por llegar. Desde Cristo en adelante, tenemos un giro y, a partir de él, seguimos esperando, creyendo en la esperanza.

Para ser claros, Jesús vino a cambiar nuestras vidas. Desde que lo aceptamos, sabemos que es necesaria una actitud que nos transforme y nos coloque en un lugar privilegiado en nuestra sociedad. Esto no es negociable. Ser cristiano/a implica comprometerse, denunciar, ayudar, sentir, sufrir, gritar, arriesgar y muchas otras cosas. En verdad, es ser profetas, como Juan, despojados de todo lo que nos distraiga de nuestra tarea. Es por eso que vestía ropas como Elías, comía langostas y miel, y vivía en el desierto. Él no era el centro de la escena; estaba preparando el camino para uno más grande que él.

Entonces, si vamos a profetizar, que sea con humildad, que el paisaje que nos rodea no tape el horizonte hacia el que vamos. Nuestro mensaje es de salvación, ese mensaje que vemos cuando miramos una cruz vacía. La resurrección es la esperanza. El amor de Cristo por nosotros reviste una importancia trascendental, que nos pone en un plano de seguridad que nos permite actuar y jugarnos por los valores que defendemos: igualdad, tolerancia, justicia, arrepentimiento, verdad, amor, alegría… Para ser fieles en Cristo, no necesitamos vestir zaparrastrosos ni comer bichos; la humildad que se nos exige es la de espíritu y corazón, la que predicamos día a día con nuestras acciones.

Podemos ser profetas o podemos ser testigos; eso depende de cada uno. No todos/as tenemos que estar del mismo lado, pero lo que sí debemos es ser fieles a su palabra y no apartarnos de ella. Como Juan gritando en el desierto, queremos dar señales de cambios, siempre pensando en que la realidad que nos golpea y agobia es transitoria, que todo tiempo presente puede cambiar mañana. Nuestra voz profética debe tener algo de utopía, que nos obligue a seguir avanzando.

Publicado en Reflexiones - Pan de Vida.