DESPEDIDAS QUE DESAFÍAN

Lee en tu Biblia: Hechos 1:6-11

Llegará el día de la despedida,

ciertamente llegará;

el día del adiós definitivo,

del beso último, del abrazo final,

de la mirada que jamás se olvidará,

de la mano que hay que soltar,

de la palabra o del silencio postrero,

del suspiro que exhalará

todo lo que hemos sido

y lo que no pudimos ser.

Llegará la hora del misterio,

abrupta o esperada;

el tiempo de “dejar de ver”,

sin que ello implique renuncia alguna

a la presencia viva de lo que se ama

en el cotidiano vivir.

Y será el momento de la fe,

el desafío de descansar en la nube que abraza

las soledades que nos quedan

y las esperanzas de reencuentros

que nos negamos a descreer.

No es nada sencillo despedir a alguien que se ama, a una persona con la cual se ha compartido un tramo intenso del camino de la vida. Seguramente nos ha pasado al despedir a un hijo que se va a estudiar lejos, a un familiar que parte buscando otros horizontes o al ser querido que ya no estará más físicamente entre nosotros y nosotras.

Los discípulos y discípulas de Jesús no eran diferentes. También sentían ese dolor en el pecho que solemos llamar angustia ante la partida del amigo, del compañero, del maestro, de su Señor. La escena transmite un poco esa sensación de vacío mientras sus ojos se clavaban en el cielo: “y no lo volvieron a ver”.

Seguir andando no es sencillo cuando el corazón está triste, cuando la ausencia duele, cuando se extraña, cuando no se sabe bien hacia dónde ir o qué hacer. Pero, Jesús les había dejado una promesa y un desafío. La promesa era su regreso y, en el entretanto, la presencia viva de la divinidad en la persona de la Espíritu Santa. Y el desafío: no encerrarse en el dolor de la partida, no quedarse mirando al cielo, no ahogarse en el vacío, sino aferrarse a la promesa, dejarse abrazar por ella, adentrarse en la esperanza que sostiene, en la fe que anima y buscar las palabras necesarias para anunciar al mundo que el maestro vive y que su proyecto de vida plena no ha muerto ni ha desaparecido.

Sí, claro que las despedidas nos conmueven y nos sacuden. Pero, aferrados y aferradas a las promesas de Aquel que compartió los caminos, las mesas, las charlas, los anticipos concretos de la vida nueva, hemos de dar el testimonio que se espera de nosotros y de nosotras.

El suelo que pisamos nos lo reclama. Y Jesús no espera menos. Y la Espíritu será nuestra fuerza.

Pastor Gerardo Oberman

Publicado en Reflexiones - Pan de Vida.

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